Presidente del Instituto Laico y de Estudios Contemporáneos de Argentina

La vida en muchas ocasiones nos depara situaciones gratas y placenteras. Una de ellas es la que
me ha acontecido: preparar un trabajo para un congreso de la calidad como el que nos convoca y
reúne.

Esto presenta la dificultad que el ensayo deberá ser a la vez autosuficiente y sirviendo, además,
como aliciente para que el oyente-lector desee profundizar en la temática desarrollada Ello
implica, como mínimo, un elevado nivel de síntesis y, por cierto claridad expositiva.

Así planteados los problemas que todo ensayo implica (y en particular el presente) me permito
adentrarme en mi tarea.

Es preciso a priori entender que el laicismo no es una cuestión meramente teórica, más o menos
abstracta y, tal vez, hasta pretérita. Muy por el contrario, el laicismo es un concepto
eminentemente político, plenamente vigente y con enorme contenido social.

Dr. Marcelo V. LLOBET

El laicismo pretende lograr distintos fines pero todos relacionados con un principio rector que le
otorga origen: el libre pensamiento. Podemos afirmar sin duda alguna que el libre pensamiento es
el género y el laicismo su especie. A partir de entender y comprender que el pensamiento
evolucionado del hombre es lo que lo hace diferente a las restantes especies animales, podremos
advertir la enorme importancia que significa que ese pensamiento, y particularmente el científico,
se conduzca con suficiente autonomía (auto-nomos) respecto a las distintas formas de
sometimiento en su razonar.

Esa independencia del pensamiento, por cierto, es relativa a muchos condicionamientos humanos
(sociales, culturales, de salud, de edad, etc.) y por tanto no absoluta, pero esa relatividad no debe
ni puede ser considerada como determinante, perpetua e inmodificable. El ser humano,
consciente o inconscientemente, tarde o temprano, busca por distintos caminos liberar sus
reflexiones y pensamientos de influencias condicionantes que le quiten fundamentos sensatos a
sus decisiones. Y a través de esa búsqueda, y de las luchas que ello crea, también la historia se
fue haciendo…

El laicismo, entonces, surge como una necesidad política para que las sociedades se
desenvuelvan dentro del respeto al libre pensamiento de sus miembros y que permita que la vida
de ellos se realice en un ambiente de libertad e igualdad. Este principio del laicismo entiende que
la ley debe ser rectora de las sociedades y busca que todos sus integrantes sean iguales ante
ella.

El laico (palabra griega que significa hombre común del pueblo) procura que el laicismo, como
principio político que es, se plasme en sociedades inclusivas en las que nadie pueda sentirse
excluido ni tampoco superior o inferior a otros ante las normas jurídicas. Pero, no conforme con
ello, también pretende que esas normas se funden en principios basados en la libertad, la
igualdad y la inclusión social. Se busca así que las sociedades se enriquezcan no tanto por sus
homogeneidades sino por sus diversidades y que éstas enaltezcan la vida de todos. Por cierto
que esas diversidades, para que no destruyan a las sociedades en enfrentamientos de todo tipo,
deben ser armonizadas mediante valores de importancia sustantiva: la tolerancia y la fraternidad
entre los hombres.

Laicismo, pues, es también un intento concreto del hombre para forjar sociedades que admitan
diferencias entre sus miembros pero concertadas, a través de leyes apropiadas, en la aceptación
de las diferencias personales, culturales, de género, raciales, etc.

Para que el laicismo pueda llevar a cabo sus propósitos igualitarios es necesario, como ya se dijo,
que el pensamiento, para ser libre, sea despojado de condicionamientos que lo limiten y paralicen.
Ello nos lleva al tema de los dogmas que por su misma definición y en el terreno científico, son
absolutamente estáticos e inmutables impidiendo cambios y progresos sociales.

Los dogmas pueden ser muy válidos en el plano de las creencias religiosas e individuales, pero
no deben ser llevados al plano científico y.o legal y.o político sin correr el riesgo cierto de anular
toda idea de progreso y cambio social. Ello puesto que no es posible admitir, al decir de Savater,
que los derechos confesionales-dogmáticos se conviertan en obligaciones sociales. Cabría
preguntarse, entonces, que sucedería si los 10 mandamientos (o normas religiosas similares
como ocurre en países fundamentalistas) fuesen incorporados al derecho positivo de los
Estados…

Se procura mediante el laicismo aceptar que todos puedan profesar la religión que prefieran, pero
con la particularidad que ese derecho también debe implicar la correlativa facultad de no poseer
credo alguno.

Y cuál es el rol del Estado, como representante político y jurídico de sus habitantes, ante los
cultos religiosos? Pues nada más ni nada menos, que respetar a todos aquellos que cumplan con
la ley por igual, sin privilegiar a ninguno en particular y actuar con la independencia suficiente
como para garantizar en forma efectiva que nadie sea afectado por condicionamientos
dogmáticos y excluyentes.

Por ello, entre otras razones, la enseñanza debe ser laica para evitar la creación de
pensamientos científicos con resabios dogmáticos que han sido impartidos, aunque haya sido con
otros fines, al tiempo de la educación obligatoria. No hay que olvidar que en materia científica todo
es provisional y sujeto a prueba y revisión permanente.

En el laicismo no se deben buscar enfrentamientos con las religiones en la medida que éstas
estén inmersas en el campo de lo personal y hasta social pero sin pretensiones de generar
condicionamientos dogmáticos a los Estados y a todos sus habitantes. Ello no puede ocurrir si los
Estados adoptan una actitud de imparcialidad respetuosa ante esos fenómenos culturales y
sociales que son las religiones. Tal neutralidad significa que todos los cultos, en pié de igualdad y
adecuados a las leyes, tendrán completas posibilidades de desarrollarse y sus creyentes contarán
con todos los derechos para cumplir con las mandas y preceptos religiosos. Y así podríamos
decir, sin ser un mero juego de palabras, que el Estado debe proteger a la fe, pero que la fe no
puede ni debe hacer las leyes.

Pero el laicismo no se limita a su vinculación con las religiones y la educación como muchas
veces se pretende hacer creer. Su campo de acción es mucho más amplio y así podemos
advertir, en el ámbito de la salud pública o de la vida personal, social y cotidiana, problemáticas
que no pueden ser tratadas a través de condicionamientos dogmáticos-religiosos, sino mediante
análisis y estudios interdisciplinarios.

Surge como evidente que la lucha contra el SIDA, los problemas de la planificación familiar, las
clonaciones, el aborto, la muerte con dignidad, la paternidad responsable sin progenitores-niños,
no deben ser abordados con cerrados conceptos dogmáticos confesionales que no harían más
que agravar los problemas que se plantean.

También es dable afirmar, junto con el Centro de Acción Laica de Bélgica, que el laicismo, como
especie del libre pensamiento, no es solamente un proyecto de emancipación intelectual. Entraña
también un claro proyecto de emancipación social y política que, a su vez, ha de ser causa y
efecto de emancipación intelectual. Todo se liga.

La pobreza y la marginación son causales directas de la exclusión social de sectores de la
población no solo por la sufrida debilidad económica que aísla del consumo, de la vida social y
de los intereses negociales, sino también porque que en muchos casos generan problemas
psíquicos y de comportamiento que aumentan aún más su segregación. El laicismo, como
ideología profundamente integradora, se opone de manera frontal a las políticas generadoras de
desigualdades y entiende que son responsabilidades colectivas bregar por su superación.

Finalmente, y como resumen, me permito incorporar a este trabajo, y como ponencia concreta,
el siguiente decálogo del laicismo en su condición

  1. Que, como muchas veces hemos expresado, el laicismo no debe ser presentado ni como agresivo ni como enemigo de las religiones, puesto que entiende que las mismas son hechos sociales y culturales que merecen nuestro respeto dentro de los límites legales a los cuales deben ceñirse;
  2. Que todas esas confesionalidades, en pie de igualdad, son también un fenómeno ajeno al quehacer estatal, puesto que corresponden al fuero íntimo y privado de sus fieles lo que debe ser protegido por la legislación, en tanto y en cuanto no excedan los límites que señala el derecho positivo de cada Estado;
  3. Que el derecho a profesar una religión, que no contravenga el orden público y la legislación del Estado, ha de ser tan pleno como el derecho a no tener ninguna;
  4. Que el laicismo, como concepto político que es, busca la inclusión plena de la población de cada estado a los fines y efectos que todos , sin distinción por causa alguna, puedan convivir, en tolerancia y armonía, con las diferencias enriquecedoras de toda sociedad;
  5. Que el laicismo desde siempre ha sostenido el respeto irrestricto al libre pensamiento como base de la aceptación de la opinión ajena y, en definitiva, de la democracia como estilo de vida;
  6. Que el laicismo, lejos de ser un enemigo agresivo, es un valor fundamental para la plena integración de los pueblos garantizando la no discriminación racial, sexual, económica, de género o de religión;
  7. Que en todo Estado, cuando se confunden los valores religiosos íntimos de cada persona con los principios legales y políticos de la sociedad, comienza la conculcación de los derechos individuales de los ciudadanos;
  8. Que es necesario, al decir de Fernando Savater, una disposición secularizada de la religión, incompatible con una visión integrista de la misma que tienda a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros;
  9. Que las creencias religiosas son acogidas por la sociedad en cuanto sean un derecho de quienes las profesan, pero no deberes que pueda imponerse a los demás;
  10. Que el Estado, como representante legal y político de todos sus habitantes, debe mantener una actitud neutra y tolerante hacia las religiones aceptando a todas en pie de igualdad, pero sin privilegiar a ninguna en particular. Ello como modo de asegurar la igualdad, la armonía, la paz social y la democracia.

Por último, mi agradecimiento al Congreso y sus autoridades por la oportunidad dada de expresar
estos conceptos, y también mi reconocimiento al ILEC de la Argentina y a su entidad de segundo
grado la Federación de Instituciones Laicas de América (FILA) quienes en forma generosa y
exagerada me han honrado con sus presidencias.